Nada es tan liberador para un artista (o aspirante a artista) como una buena luz, varios pliegos de papel para dibujar y un puñado de suaves carboncillos. Hay algo natural, básico y elemental al trabajar con carboncillo.
Tal vez, cuando alguno de nuestros ancestros tomó un terrón de carboncillo de las cenizas del fuego comunal y esbozó el primer dibujo al carboncillo en el muro de una caverna, ella o él, provocó una fantástica transformación que ha vibrado por los siglos hasta el presente.
El carboncillo como medio es rápido, directo y sensitivo. Es por una buena razón que, al comienzo, los estudiantes de arte son animados a dibujar con carboncillo para practicar el fluir de la línea, el contorno, el matiz, la luz, la sombra y el énfasis. El osado y frecuente uso del carboncillo es la mejor manera para que un nuevo artista encuentre su técnica personal y estilo único.
El arte moderno ha abrazado el carboncillo como un medio popular para realizar pinturas y dibujos. Los retratos al carboncillo son especialmente efectivos a la hora de captar el carácter y las sutiles expresiones del sujeto.
Una singular forma de plasmar esas expresiones es la de, a partir de una fotografía, reproducir un original retrato al carboncillo.